Aquel 14 de Octubre
- The Useless Runner

- Sep 18
- 3 min read
Ahí estaba yo, en pleno proceso de vivir la adultez y haciendo todas esas cosas que se supone los adultos tienen que hacer. Tenía un trabajo, una familia, bastantes viajes, y como muchos adultos hoy en día, luchaba por mantenerme activo y saludable.
Había montado bastante en bicicleta, algo que siempre he disfrutado —da igual mi peso o mi condición física—, siempre montaba.
A comienzos de 2015, estaba bastante pasado de peso. Siempre cansado, no podía montar bien en bici, y en general no tenía muchas cosas a mi favor, para ser honesto. Ese año esperaba mi segunda hija. La vida seguía.
En otoño tuve la oportunidad de viajar a España para una conferencia, y un amigo del colegio vivía cerca. No era de los que yo veía en el colegio todos los días, pertenecíamos a grupos diferentes. Pero había algo que recordaba con claridad de él: siempre fue amistoso, nunca le faltó el respeto a nadie, y tenía valores firmes.
Nos pusimos en contacto y le pregunté si estaría disponible para vernos. No lo había visto en 17 años.

Fue uno de esos días en que te das cuenta de cuánto tienes en común con los demás sin haberlo notado antes. Se había mudado a España hacía años, y también tenía una familia. Hablamos de nuestros hijos, nuestras vidas, de qué habíamos estado haciendo durante todo ese tiempo. Es de esos tipos que siempre son sinceros, que dicen las cosas de frente, sin faltarte el respeto.
Era obvio que yo no estaba en buena salud, y hablamos de ello de forma ligera. Él también había pasado por algo similar, y se había metido al mundo del running y el triatlón para mantenerse motivado. Mencionó un par de cosas que él había hecho y eso me impactó.
¿Correr? ¿Triatlón? “Estás loco!”. Nunca había pensado en esas cosas, para nada.
Regresé a casa, a mi vida, luchando mucho con mi peso. Finalmente llegué a los 123 kg, y algo tenía que cambiar.
Empecé a esforzarme otra vez para perder peso, logré bajar a 113 kg. Estaba pedaleando y comía lo que llamaba “mi dieta controlada en calorías”, luchando y sintiéndome hambriento casi siempre.
Pero había algo de mi amigo que no dejaba de rondar mi cabeza. Hablaba de hábitos, hablaba de equilibrio. Dos cosas que yo entonces no tenía en mi vida. Seguimos en contacto y poco a poco nos hicimos buenos amigos. Había hablado abiertamente de mis problemas con el peso y de cómo andaban las cosas.
Ese año vino de visita, se quedó con nosotros un tiempo. Pude ver de primera mano cómo sus buenos hábitos y su equilibrio se reflejaban en su día a día. Era algo que yo no tenía, algo que claramente faltaba en mi vida. Entonces me preguntó: “¿Por qué no vas a dar un paseo?”. Eso fue todo. Quizá no pareció gran cosa, pero salí, caminé, y al día siguiente volví a salir. Me animaba solo a caminar, nada más.
Empecé a caminar cada vez más, y al mismo tiempo me uní a un grupo de amigos para un “concurso de pérdida de peso”. Solía hacer eso mucho en el pasado, y ahora me doy cuenta de lo poco sano que era. No podía mantenerlo al final, siempre rebotaba, una y otra vez.
Fue después de ese concurso que los buenos hábitos comenzaron a instalarse. Leí muchísimo sobre comida, sobre nutrientes, sobre todas esas cosas que nunca había entendido realmente, y cómo funcionan.
Con el tiempo, caminar se convirtió en correr. Correr y montar en bici, le sumé la natación, y aquí estoy muchos años después, agradecido con los poderes celestiales del universo por ese 14 de octubre en el que me encontré con un viejo amigo del colegio, con quien aparentemente nunca tuve nada en común, y abracé el cambio que vi posible en otros, y lo hice mío.
No ha sido fácil, nada que valga la pena lo es, pero ha sido un viaje increíble. Este viejo amigo se convirtió en hermano... nuestras familias se hicieron amigas.
Y el resto es historia.
Gracias, amigo. De corazón.
Gracias por leer.





Comments